miércoles, 20 de abril de 2016

CAMBIAR EL DESTINO


Por: Octavio Díaz García de León

Conocí a una persona, a la cual llamaré “Juan”,  que proviene de una familia de muy bajos recursos y quien creció en uno de los barrios de mayor índice delictivo en la Ciudad de México. Su entorno familiar fue muy difícil desde pequeño. Su padre, alcohólico, murió a temprana edad. La madre, sin educación, sacó adelante a Juan y sus hermanos, con ocupaciones modestas. Juan creció en un entorno que se ha repetido por generaciones en este barrio: padres que paulatinamente se vuelven alcohólicos o drogadictos,  que tuvieron a sus hijos muy jóvenes y a quienes no prestan la menor atención. Padres que al no tener un empleo porque carecen de educación o habilidades, se dedican  al robo, al narcomenudeo y a otras actividades ilícitas o en el mejor de los casos a actividades de economía informal. Los hijos de estos padres van  creciendo sin orientación; van a la escuela dos o tres años y luego se dedican a vagar. La única gran ilusión de estos pequeños es el futbol. En el barrio hay señores a quienes les sobra afición,  cuentan con un poco de dinero y forman equipos  de niños,  les dan algo de comer, les compran uniformes y les van enseñando aspectos elementales de la técnica de juego para meterlos a los torneos que abundan por toda la Ciudad de México. Allí sueñan los niños y sus familias con las grandes historias de futbolistas que salieron del barrio, como Cuauhtémoc Blanco,  que hoy son grandes figuras.

Pero muy pocos tienen posibilidades  de destacar en este deporte. Para Juan la ilusión de jugar, que lo hacía muy bien y había logrado colocarse en las fuerzas básicas de Pumas, se termina cuando se lesiona a los 19 años y no puede seguir. ¿Qué puede hacer un joven sin educación, sin habilidades,  sin perspectivas en la vida? Juan ve a su alrededor a sus amigos siguiendo la historia de sus padres: consumiendo  alcohol y droga;  embarazando a sus  novias de 17 años o menores, para entrar a matrimonios no deseados;  carentes de empleo y con aumento de obligaciones: Esto los empuja a  los pequeños robos, a vender droga u objetos robados y embarcarse en todo lo que ha hecho a ese barrio el mas difícil de la Ciudad de México. Juan decide que esa no es la vida que quiere y decide alistarse en el Ejército como soldado raso.

La vida en el Ejército no fue nada fácil para Juan. Una asignación en la selva en medio de grandes peligros, poca comida, poca paga, condiciones difíciles que debió enfrentar. Pero Juan le debe su nueva vida a esta experiencia. Esta institución le dio a Juan orden, disciplina, pertenencia a una institución de prestigio, el hacer algo de valor por la patria, conocer valores cívicos, obedecer y seguir instrucciones. También le enseñó una serie de habilidades que le han permitido emprender una vida productiva y sana. Aunque ya no pertenece al Ejército, esa institución le dio la posibilidad de salir adelante de una forma digna. Mientras que él tiene un medio honrado de vida, la mayoría de sus amigos de la infancia están muertos, o en la cárcel, o son alcohólicos, o drogadictos, o se dedican a delinquir o quizás,  en el mejor de los casos, sobreviven en la economía informal con muy escasos recursos. Juan tiene hoy en día una familia integrada y va sacando adelante a hermanos y sobrinos con su guía firme. Ha demostrado que crecer en ese barrio en el que aún vive hoy día, no es condenarse a repetir  la historia familiar y de su entorno.

De acuerdo con las últimas cifras del INEGI se incorporaron 421,000 personas en  un año a la economía informal del millón cien mil que se incorporó en ese periodo a la población económicamente activa. Existen 12.1 millones de personas trabajando en la economía informal.  Hay tres millones de subocupados en busca de mejores condiciones y 1.6 millones de desocupados. Si a esta falta de empleo le sumamos ambientes familiares y sociales sumamente adversos como el que ha tenido que enfrentar Juan, vemos que quizá muchos millones de personas podrían seguir caminos antisociales.

Los programas del gobierno podrían contemplar aspectos formativos para jóvenes y adultos en condiciones sociales sumamente adversas. Una institución como el Ejército Mexicano ofrece opciones para muchos jóvenes, pero no todos tienen vocación por la carrera de las armas.  El servicio militar reformado, con una misión de renovación social,  podría ser cauce para rescatar a millones de jóvenes que carecen de disciplina y sentido del orden, tan necesarios para lograr algo en la vida. Para darles razón de ser a sus existencias y llevarlos a una vida productiva y honrada.

También podrían crearse organizaciones como el Pentathlón Deportivo Militar Universitario que existe desde los años treinta, para ofrecer a los jóvenes sentido de pertenencia, orgullo en una disciplina, habilidades deportivas y forjarles valores cívicos, patrióticos y de convivencia social, que tanta falta hace para contrarrestar el éxito que ha tenido la delincuencia para atraer a miles de jóvenes que ante la perspectiva del supuesto dinero fácil prefieren  esa vida aparentemente glamorosa pero que sólo conlleva la muerte rápida para ellos y sus familias. Valdría la pena invertir en estas organizaciones para sacar a nuestros jóvenes adelante ya que no bastan las escuelas para este propósito.



Correo: odiazgl@gmail.com

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