Por: Octavio Díaz García de León
Conocí a una
persona, a la cual llamaré “Juan”, que
proviene de una familia de muy bajos recursos y quien creció en uno de los
barrios de mayor índice delictivo en la Ciudad de México. Su entorno familiar fue muy
difícil desde pequeño. Su padre, alcohólico, murió a temprana edad. La madre,
sin educación, sacó adelante a Juan y sus hermanos, con ocupaciones modestas.
Juan creció en un entorno que se ha repetido por generaciones en este barrio:
padres que paulatinamente se vuelven alcohólicos o drogadictos, que tuvieron a sus hijos muy jóvenes y a
quienes no prestan la menor atención. Padres que al no tener un empleo porque
carecen de educación o habilidades, se dedican
al robo, al narcomenudeo y a otras actividades ilícitas o en el mejor de
los casos a actividades de economía informal. Los hijos de estos padres
van creciendo sin orientación; van a la
escuela dos o tres años y luego se dedican a vagar. La única gran ilusión de
estos pequeños es el futbol. En el barrio hay señores a quienes les sobra
afición, cuentan con un poco de dinero y
forman equipos de niños, les dan algo de comer, les compran uniformes
y les van enseñando aspectos elementales de la técnica de juego para meterlos a
los torneos que abundan por toda la
Ciudad de México. Allí sueñan los niños y sus familias con
las grandes historias de futbolistas que salieron del barrio, como Cuauhtémoc
Blanco, que hoy son grandes figuras.
Pero muy pocos
tienen posibilidades de destacar en este
deporte. Para Juan la ilusión de jugar, que lo hacía muy bien y había logrado
colocarse en las fuerzas básicas de Pumas, se termina cuando se lesiona a los
19 años y no puede seguir. ¿Qué puede hacer un joven sin educación, sin habilidades, sin perspectivas en la vida? Juan ve a su
alrededor a sus amigos siguiendo la historia de sus padres: consumiendo alcohol y droga; embarazando a sus novias de 17 años o menores, para entrar a
matrimonios no deseados; carentes de
empleo y con aumento de obligaciones: Esto los empuja a los pequeños robos, a vender droga u objetos
robados y embarcarse en todo lo que ha hecho a ese barrio el mas difícil de la Ciudad de México. Juan
decide que esa no es la vida que quiere y decide alistarse en el Ejército como
soldado raso.
La vida en el
Ejército no fue nada fácil para Juan. Una asignación en la selva en medio de
grandes peligros, poca comida, poca paga, condiciones difíciles que debió
enfrentar. Pero Juan le debe su nueva vida a esta experiencia. Esta institución
le dio a Juan orden, disciplina, pertenencia a una institución de prestigio, el
hacer algo de valor por la patria, conocer valores cívicos, obedecer y seguir
instrucciones. También le enseñó una serie de habilidades que le han permitido
emprender una vida productiva y sana. Aunque ya no pertenece al Ejército, esa
institución le dio la posibilidad de salir adelante de una forma digna.
Mientras que él tiene un medio honrado de vida, la mayoría de sus amigos de la
infancia están muertos, o en la cárcel, o son alcohólicos, o drogadictos, o se
dedican a delinquir o quizás, en el
mejor de los casos, sobreviven en la economía informal con muy escasos
recursos. Juan tiene hoy en día una familia integrada y va sacando adelante a
hermanos y sobrinos con su guía firme. Ha demostrado que crecer en ese barrio
en el que aún vive hoy día, no es condenarse a repetir la historia familiar y de su entorno.
De acuerdo con
las últimas cifras del INEGI se incorporaron 421,000 personas en un año a la economía informal del millón cien
mil que se incorporó en ese periodo a la población económicamente activa.
Existen 12.1 millones de personas trabajando en la economía informal. Hay tres millones de subocupados en busca de
mejores condiciones y 1.6 millones de desocupados. Si a esta falta de empleo le
sumamos ambientes familiares y sociales sumamente adversos como el que ha
tenido que enfrentar Juan, vemos que quizá muchos millones de personas podrían
seguir caminos antisociales.
Los programas
del gobierno podrían contemplar aspectos formativos para jóvenes y adultos en
condiciones sociales sumamente adversas. Una institución como el Ejército
Mexicano ofrece opciones para muchos jóvenes, pero no todos tienen vocación por
la carrera de las armas. El servicio militar
reformado, con una misión de renovación social,
podría ser cauce para rescatar a millones de jóvenes que carecen de
disciplina y sentido del orden, tan necesarios para lograr algo en la vida.
Para darles razón de ser a sus existencias y llevarlos a una vida productiva y
honrada.
También podrían
crearse organizaciones como el Pentathlón Deportivo Militar Universitario que
existe desde los años treinta, para ofrecer a los jóvenes sentido de
pertenencia, orgullo en una disciplina, habilidades deportivas y forjarles
valores cívicos, patrióticos y de convivencia social, que tanta falta hace para
contrarrestar el éxito que ha tenido la delincuencia para atraer a miles de
jóvenes que ante la perspectiva del supuesto dinero fácil prefieren esa vida aparentemente glamorosa pero que
sólo conlleva la muerte rápida para ellos y sus familias. Valdría la pena
invertir en estas organizaciones para sacar a nuestros jóvenes adelante ya que
no bastan las escuelas para este propósito.
Correo: odiazgl@gmail.com
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